Bestiario LXXXI

LXXXI

Nunca imaginé que esa noche la chica de los zapatos de charol me escribiría para devolverme las cartas. Creo que los duelos están mal etiquetados en esta tienda. El verdadero dolor viene de los triunfos agridulces y no de las derrotas amargas. A estas últimas las tengo bien dominadas, con los otros aun no tengo una relación de confianza.

LXXXII

Nunca pensé encontrarme así: visitando con pase de turista los lugares donde crecí. Y mírame ahora, siendo la sombra de la artista, la casa donde habita la bruja y la piedra seca del río desbordado.

Aun así no me quejo, tengo un litro agua de vaca sosteniendo mi despojo. Odio tener que hacer duelos cada semana, o cada mes. Realmente ya estoy cansada de los duelos.

LXXXIII

Cuando era chica, me encantaban los velorios, sí, lo confieso; me encantaban los velorios. No es que me gustara la muerte ni que se murieran mis familiares, pero me gustaban los velorios: la gente durante toda una noche, llegando, desde lugares lejanos. Gente a la que no veías seguido, conversando, toda la noche, conversando. Reírse pero sin que se note mucho que te ríes, porque hay que entretenerse de alguna forma durante toda la noche, o al menos hasta bien entrada la madrugada.

Gente que va, gente que viene. Y café, mucho café. Y galletas, algunas muy malas, pero para apaciguar la panza de tanto café. Y un aire de pesadez, pero siempre una pequeña risa entre tanta gente que no veías hace mucho tiempo.

Ahora no se me muere tanta gente, o no tan seguido. Aún así, tengo duelos, muchos duelos. Solo que sin velorios.

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